La política mexicana hacia Europa centro-oriental durante la guerra fría: el caso de Hungría, 1941-1974
En-claves del pensamiento
Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, División de Humanidades y Ciencias SocialesTras romper sus relaciones con Hungría en 1941, en vísperas de su ingreso en la Segunda Guerra Mundial, México no restableció sus relaciones diplomáticas con este país -al igual que con gran parte de Europa Centro-Oriental- hasta mediados de la década de 1970. Esta decisión estuvo determinada por la escasa dimensión de los intercambios comerciales y culturales, por la triangulación de su política hacia los países del bloque soviético con Estados Unidos y por la conversión en principio de política internacional de la reinterpretación de la Doctrina Estrada aplicada al caso español. La intervención soviética en Hungría en 1956 terminaría de extender esta política a las dos siguientes décadas de la Guerra Fría. La nueva orientación de la política exterior mexicana durante el sexenio de Echeverría permitiría restablecer los vínculos bilaterales en 1974 en el marco del proceso de normalización de las relaciones diplomáticas y económicas con el bloque socialista.

			El final de la Segunda Guerra Mundial abrió el proceso de normalización de las relaciones de México con Europa. Este proceso estuvo condicionado por la pérdida del papel central del Viejo Continente en la política mundial debido al colapso económico y el repliegue internacional de las potencias europeas durante los primeros años de la Postguerra. En este contexto, las relaciones de México con Europa tuvieron un carácter triangular, ya que estuvieron mediatizadas por Estados Unidos y en una primera etapa se redujeron, en gran medida, a la negociación de los fundamentos de las nuevas instituciones internacionales, quedando limitados los intercambios económicos a su mínima expresión, en tanto no se produjera la reconstrucción de la economía europea.

			

				

				

					
La presente investigación trata de analizar los factores que condicionaron las relaciones entre México y Hungría durante la Guerra Fría y que motivaron el rechazo mexicano a reanudar las relaciones con este país, que había quedado bajo la esfera de influencia soviética y se incorporaría tardíamente a la nueva arquitectura internacional de posguerra. El estudio parte de la hipótesis de que la política mexicana hacia Hungría estuvo determinada por la escasa dimensión de los intercambios económicos y culturales entre ambos países, pero también por la mediatización de la política mexicana hacia Europa Centro-Oriental por la dinámica de las relaciones con Estados Unidos.

			El artículo se inscribe en el creciente interés historiográfico por las relaciones entre América Latina y el bloque soviético durante la Guerra Fría, puesto de manifiesto por los trabajos de Tobias Rupprecht, Vanni Pettinà, Stella Kepp, Thomas Field o Mitchell Paranzino, entre otros autores.

			

				

				Sobre la historiografía en torno a esta cuestión,
Las relaciones entre México y Hungría habían tenido un perfil muy bajo desde su inicio en 1925 hasta su interrupción tras la declaración de guerra del Eje a Estados Unidos en diciembre de 1941. El desinterés mexicano hacia Europa-Centro Oriental determinó que la administración de Manuel Ávila Camacho no realizara ningún movimiento para reanudar las relaciones diplomáticas con Hungría en la inmediata Postguerra, pese a que concluido el conflicto no existían diferendos entre ambos países. Hungría y México no habían llegado a enfrentarse militarmente y el trato dispensado a la reducida colonia húngara durante la guerra fue bastante benigno. La administración de Ávila Camacho había permitido incluso las actividades de varias organizaciones antifascistas húngaras entre 1942 y 1945, como el Movimiento Hungría Libre, varios de cuyos dirigentes -como el editor de la revista
Nada de ello indujo a la administración de Ávila Camacho a restablecer las relaciones con el gobierno de unidad nacional húngaro presidido por Zoltán Tidy. La administración mexicana ni siquiera estuvo interesada en reabrir su antiguo consulado en Budapest, como solicitaba el antiguo cónsul mexicano en este país, János Sömjén, en noviembre de 1945. 
			 
				 
				Sömjén a SRE, 25 de noviembre de 1945, AHDGE, 29-03-46. 
			4 Probablemente, porque ello hubiera constituido la antesala para un restablecimiento de las relaciones con Hungría. Esta indiferencia se fue convirtiendo progresivamente en un distanciamiento calculado, a medida que se ponía de manifiesto el incumplimiento por los soviéticos de los compromisos adquiridos en Yalta. Una cuestión que preocupaba especialmente a Washington y que fue vista por la Cancillería como un posible punto de convergencia con la administración de Harry S. Truman, en un momento en que tanto Ávila Camacho como su sucesor, Miguel Alemán, trataban de retener el apoyo estadounidense para consolidar el proceso de industrialización que había tenido lugar durante la Segunda Guerra Mundial. 
			 
				 
				SRE a Rafael de la Colina, embajador de México en Washington, 21 de agosto de 1946, AHDGE, III-1592-6. 
			5 Esta actitud convenía a un México cuyo anclaje en el bloque occidental iba acompañado por una política de tintes aislacionistas, dirigida a mantenerse al margen de los conflictos entre los dos bloques.

			El interés de los gobiernos húngaros de coalición anteriores al establecimiento del comunismo por reconstruir los vínculos con Latinoamérica respondía el deseo de reactivar las relaciones comerciales en un contexto de postración económica y a la presencia en esa región de más de 200 000 húngaros, concentrados en su mayoría en Brasil y Argentina, a los que era necesario proteger y que podrían contribuir a la reconstrucción de Hungría tras la guerra.

			

				

				

					
Con este objetivo, Tidy impulsó las actividades de la Asociación Húngara de América Latina, creada en febrero de 1946 bajo la presidencia honoraria del propio ministro de Relaciones Exteriores, János Gyöngyössy.

			

				

				

					
El gobierno húngaro sondeó por primera vez la disposición mexicana a restablecer las relaciones diplomáticas en noviembre de 1947 a través del representante mexicano en Londres, Federico Jiménez de O'Farril. Sin embargo, el secretario de Relaciones Exteriores, Jaime Torres Bodet, declinó abrir ninguna vía para reanudar las relaciones con este país. 
			 
				 
				Jiménez a SRE, 17 de noviembre de 1947, y respuesta de Torres Bodet, 5 de diciembre de 1947, AHDGE, III-1616-8. 
			9 La misma respuesta recibió en julio de 1948 el cónsul mexicano en Cleveland, tras una gestión semejante. 
			 
				 
				SRE a Ramón Gual, cónsul de México en Cleveland, 6 de julio de 1948, AHDGE, III-16-19-22. 
			10 
			

			La proclamación de la República Popular de Hungría en 1949 creó un régimen unipartidista dirigido por Mátyás Rákosi, cuya política exterior quedó subordinada a la URSS. Ello colocó a Latinoamérica en un segundo plano, ya que el internacionalismo soviético estuvo más enfocado en Asia y África hasta finales de la década de 1950.

			

				

				Rupprecht,
La administración de Adolfo Ruiz Cortines mantuvo la política de las administraciones anteriores. En junio de 1953, el Banco Nacional de Hungría cursó una petición para que México restituyera las cantidades incautadas a varias empresas húngaras durante la guerra y adoptara medidas para impulsar el comercio bilateral. La Cancillería consideró que tras la solicitud se escondía el interés húngaro por restablecer las relaciones diplomáticas e informó al presidente que 'el gobierno de Hungría, en reiteradas ocasiones ha intentado no sólo fomentar este comercio sino abrir relaciones diplomáticas con México, cosa que hemos evitado con discreción y cortesía, amparados en el hecho cierto de nuestras limitaciones presupuestales'. 
			 
				 
				Memorándum de la SRE, 19 de junio de 1953, AHDGE, III-2148-1. 
			13 Ruiz Cortines aprobó la devolución de los fondos retenidos, pero congeló cualquier iniciativa para normalizar las relaciones con la república magiar.

			La política de austeridad para hacer frente a la crisis económica de 1953-1954 contribuyó ciertamente a reforzar la decisión de no restablecer las relaciones con Hungría, Rumanía, Bulgaria, así como a no reconocer a la recién creada República Democrática Alemana (RDA). El trasfondo de la actitud mexicana tenía, sin embargo, un carácter claramente político, derivado del alineamiento con Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría. El anticomunismo de Ruiz Cortines tenía la finalidad de mantener el respaldo norteamericano y evitar cualquier interferencia que pusiera en peligro el funcionamiento del régimen político mexicano.

			

				

				

					
La política de la administración ruizcortinista hacia Hungría era también el resultado de las propias contradicciones de la diplomacia mexicana en relación con el ámbito de aplicación de la Doctrina Estrada, dados los evidentes paralelismos que existían entre los casos de España y Hungría. Este principio de política internacional había sido formulado en septiembre de 1930 por el secretario de Relaciones Exteriores de México, Genaro Estrada. La Doctrina Estrada -sustentada en el principio de no intervención y de autodeterminación de los pueblos- negaba que ningún país tuviera derecho a reconocer la legitimidad o no de las formas de gobierno establecidas por otros Estados, especialmente si aquellas eran producto de una ruptura revolucionaria o golpista. El desenlace de la Guerra Civil española hizo que la diplomacia mexicana exceptuara de este supuesto a aquellos casos en que un gobierno era producto de una intervención extranjera. Este punto podía aplicarse tanto a la España franquista como a las democracias populares erigidas por la URSS en Europa Centro-Oriental.

			La activa propaganda del Consejo Nacional Húngaro, que había sido creado en Nueva York por los exiliados húngaros tras la imposición del régimen comunista, reforzó esta posición. El ejecutivo mexicano conocía de primera mano la cercanía de esta organización con importantes sectores de la administración estadounidense encabezados por el secretario de Estado, John Foster Dulles, ya que el encargado de política exterior del Consejo Nacional Húngaro (Magyar Nemzeti Bizottmány), György Bakách-Bessenyei, se había entrevistado con el canciller Padilla Nervo durante su etapa como representante de México ante la ONU, entre 1945 y 1952.

			

				

				
En este contexto, la ampliación del organismo internacional en diciembre de 1955 puso a México en una molesta tesitura. La posición mexicana estaba condicionada sobre todo por el caso de España, que -como Hungría- formaba parte del grupo de dieciséis nuevos miembros pactado por los dos bloques. El hecho de que tanto la dictadura franquista como las democracias populares fueran producto de una intervención exterior contribuyó a alimentar la decisión mexicana de no reanudar sus relaciones con los antiguos aliados del Eje para no erosionar los fundamentos teóricos de la política mexicana hacia España. El pragmatismo de la administración ruizcortinista hizo que México no pusiera obstáculos a la entrada de ninguno de estos países en la ONU para no obstaculizar el pacto alcanzado por ambos bloques.

			

				

				

					
El ingreso de Hungría en la ONU abrió la puerta a que ambos países pudieran relacionarse indirectamente a través de sus representantes en el organismo multilateral, pero no modificó la posición mexicana de no reanudar las relaciones diplomáticas. Esta decisión se vio reforzada por el incremento de las presiones estadounidenses para que México limitara las actividades de la embajada soviética en este país, a la que consideraba -al igual que las de Polonia y Checoslovaquia- como 'centros de espionaje, sabotaje y de actividades subversivas'.

			

				

				

					
La tensión entre el proceso de desestalinización y la falta de reformas provocó un levantamiento popular contra el régimen comunista en Hungría y el desarrollo de un programa reformista por el gobierno presidido por Imre Nagy, el cual acabaría provocando la intervención soviética en noviembre de 1956. La invasión se saldó con cerca de tres millares de muertos, el éxodo de más de 200 000 húngaros al exterior y el establecimiento de un ejecutivo títere presidido por János Kádár.

			La Revolución húngara tuvo lugar en un contexto de enorme tensión internacional. El desenlace de la Guerra de Corea había supuesto un endurecimiento de la posición estadounidense, reflejado en la elección como presidente de Estados Unidos de Eisenhower, que ponía fin a casi dos décadas de hegemonía demócrata en la Casa Blanca. El nuevo presidente y su secretario de Estado, John F. Dulles, incrementaron la presión sobre la URSS a través de la denominada Doctrina Eisenhower, que ponía énfasis en el uso disuasivo del arsenal nuclear estadounidense y en la necesidad de involucrarse en aquellos conflictos regionales provocados por la intervención soviética contra un aliado del bloque occidental.

			

				

				

					
Como el resto de los países occidentales, México se limitó a formular tímidas declaraciones de condena de la invasión de Hungría por la URSS, sin que la diplomacia mexicana llegara a plantearse siquiera el establecimiento de sanciones que hiciesen efectiva dicha condena. El carácter autoritario del régimen presidencialista mexicano impidió además que tuviera lugar un verdadero debate en el Congreso o el Senado y que éste se limitara a la prensa.

			La inexistencia de relaciones diplomáticas con Hungría retrasó el posicionamiento mexicano hacia la intervención soviética. La Cancillería dependía de los informes de las embajadas mexicanas en Washington, Moscú o Belgrado, en los que la información sobre Hungría era escasa y fragmentaria. Por ello, la administración de Ruiz Cortines no recibió las primeras noticias en torno a los acontecimientos húngaros hasta que la prensa mexicana comenzó a reproducir las noticias procedentes de agencias de prensa internacionales, ya que los principales periódicos mexicanos -como
La diplomacia mexicana no comenzaría a moverse hasta el 29 de octubre, cuando el embajador en Moscú, Alfonso de Rosenzweig, envió un primer informe sobre las causas de la revuelta húngara y las dudas del Politburó en torno a la manera de poner fin a la misma.

			

				

				Rosenzweig a Padilla, 29 de octubre de 1956, AHDGE, XII-653-2.

			21 La información de Rosenzweig parecía anticipar una salida violenta a la crisis, pero sin descartar aún un desenlace pacífico como en el caso de la crisis polaca.

			

				

				

					
Este informe sirvió de base para que la Cancillería empezara a definir su posición hacia la Revolución húngara. Padilla ordenó un día después a su representante en la ONU que solicitara una reunión con el presidente del Consejo de Seguridad para expresar verbalmente la preocupación de México por la escalada soviética en Hungría.

			

				

				Padilla a DGOI, 30 de octubre de 1956, en AHDGE, XII-653-2.

			23 En realidad, el gobierno de Nagy no solicitó oficialmente la intervención del secretario general de la ONU, Dagg Hammarskjöld, hasta el 1 de noviembre, al hacerse público que nuevas unidades soviéticas comenzaban a adentrarse en Hungría. Tres días después, el Ejército Rojo ocupaba Budapest mientras el Consejo de Seguridad debatía un proyecto de resolución presentado por Estados Unidos y el Reino Unido, el cual condenaba la invasión soviética y exigía la retirada de las fuerzas del Pacto de Varsovia, por lo que fue vetado por la URSS. Esta situación condujo a los restantes miembros del Consejo de Seguridad a solicitar a Hammarskjöld que convocara a la Asamblea General, a fin de debatir la cuestión húngara, que constituiría un tema recurrente en las asambleas XI a XVII.

			

				

				

					
La entrada de este tema en la agenda de la ONU obligó a la Cancillería mexicana a definir públicamente su posición, máxime cuando la prensa conservadora comenzó a aprovechar su silencio para atacar veladamente al gobierno. El columnista de
Esta campaña de prensa fue acompañada por las primeras movilizaciones para presionar al gobierno mexicano a condenar la intervención soviética. El presidente del Frente Popular Anticomunista de México, Jorge Prieto Laurens, envió el 28 de octubre una carta abierta a Ruiz Cortines, en la que le instaba a solicitar la intervención de la ONU en favor del pueblo húngaro, 'que lucha por su independencia y contra la tiranía soviética'.

			

				

				
Las críticas de la prensa conservadora iban dirigidas en realidad contra la fragmentada izquierda mexicana, una parte de la cual todavía conservaba importantes vínculos con sectores del aparato estatal. No obstante, la administración de Ruiz Cortines no podía permitirse que Washington la asociara a tales críticas, poniendo en duda la sinceridad de su anticomunismo. Su inquietud se incrementó cuando varios medios estadounidenses acusaron al representante mexicano en la ONU, Rafael de la Colina, de no haber condenado la invasión de Hungría. Ello obligó a la Cancillería a publicar un boletín informativo reivindicando el derecho a la autodeterminación del pueblo húngaro y condenando la invasión soviética.

			

				

				
De acuerdo con este posicionamiento, Padilla ordenó a su representante en Naciones Unidas que votara a favor de la condena de la intervención soviética en Hungría con motivo de la primera de las sucesivas resoluciones de la ONU en torno a este tema, pero que no respaldara ningún tipo de sanciones si no contaban con un abrumador apoyo dentro del organismo internacional. 
			 
				 
				De la Colina a la Asamblea General de la ONU, 7 de noviembre de 1956, AHDGE, XII-653-2. 
			32 
			

			El gobierno mexicano era consciente de la prudencia demostrada por la administración Eisenhower durante el desarrollo de la crisis húngara, en parte por el deseo de evitar complicaciones internacionales en vísperas de la reelección presidencial. Los informes de la embajada en Washington no dejaban de destacar el contraste entre las altisonantes declaraciones de condena y la falta de una respuesta efectiva por parte de Washington. Ello ponía de manifiesto que la administración Eisenhower, contrariamente al nerviosismo que había mostrado ante cualquier señal de penetración comunista en el continente americano, estaba dispuesta a tolerar cualquier acción de la URSS para mantener el control sobre su propia esfera de influencia. El agravamiento de la crisis de Suez contribuyó además a desviar la atención internacional del aplastamiento de la Revolución húngara y a orientar el interés de Estados Unidos hacia la explotación de su enorme potencial propagandístico.

			

				

				La posición estadounidense hacia la Revolución Húngara en
La administración ruizcortinista adoptó, por lo tanto, una política de bajo perfil en el caso de Hungría, donde sus intereses nacionales no estaban en juego. La estrategia mexicana se centró en equiparar la invasión soviética de Hungría con la intervención del Reino Unido, Francia e Israel en Egipto, presentando ambas cuestiones como ejemplo del intervencionismo de ambos bloques en el mundo. 
			 
				 
				De la Colina a Asamblea General de la ONU, 7 de noviembre de 1956, AHDGE, XII-653-2. 
			34 Ello hizo que el gobierno de Ruiz Cortines pudiera reiterar públicamente su conocida condena del imperialismo -dirigida ahora contra dos antiguas potencias europeas- sin desmarcarse de la posición estadounidense en el caso húngaro, y sin entrar en conflicto tampoco con la política de Washington en Próximo Oriente, ya que el Departamento de Estado condenó la agresión contra Egipto de sus aliados europeos y acabó forzando su retirada de Suez. Esta estrategia permitió a la administración mexicana presentar una imagen de supuesta equidistancia entre los dos bloques ante una opinión pública hostil a la política intervencionista de Estados Unidos en el continente americano.

			Una vez establecida la posición de México, Padilla instruyó a su representante ante la ONU para que se abstuviera de participar directamente en ninguno de los debates que se desarrollaran en la Asamblea General de las Naciones Unidas en torno a la cuestión húngara. 
			 
				 
				De la Colina a Padilla, 21 de noviembre de 1956, AHDGE, XII-653-2. 
			35 Ello no fue obstáculo para que la delegación mexicana en la ONU respaldara con su voto las cuatro resoluciones en torno a Hungría aprobadas sucesivamente por la Asamblea General a lo largo de 1956. La primera condenando a la URSS y solicitando la retirada de las fuerzas soviéticas de Hungría, así como el ingreso de observadores internacionales en este país; la segunda instando al gobierno de Kádár a aceptar la celebración de elecciones libres bajo el control de Naciones Unidas y dos resoluciones más que establecían diversos mecanismos internacionales para acoger a los refugiados húngaros que habían huido de su país. 
			 
				 
				Memoria de la SRE (México: SRE, 1957), 238-239. 
			36 
			

			La condena de la invasión soviética de Hungría no evitó que la oposición conservadora aprovechara para atacar a la administración de Ruiz Cortines, a la que acusó de actuar con tibieza en el caso húngaro. El Partido Acción Nacional y el Partido Nacionalista Mexicano, que habían criticado el retraso mexicano a la hora de condenar la invasión soviética, lamentaban a principios de noviembre que el gobierno no diera un paso más y rompiera sus relaciones diplomáticas con Moscú.

			

				

				
El discurso de la oposición conservadora reproducía intencionadamente la retórica utilizada por el régimen mexicano a la hora de justificar las razones que obstaculizaban el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con la España franquista, como se encargó de recordar el escritor Rafael Solana en un artículo publicado en la revista
La administración mexicana ignoró las demandas de la oposición conservadora y no fue más allá de una condena retórica, negándose a romper sus relaciones con la URSS ni a admitir, al menos, a un cupo de refugiados húngaros. El oficialista
La relativa indiferencia del gobierno hacia la cuestión húngara estuvo probablemente determinada por el interés de no perder el respaldo de los sectores más nacionalistas e izquierdistas de la sociedad mexicana, tradicionalmente identificados con el proyecto revolucionario que otorgaba su legitimidad al régimen político mexicano. La administración de Ruiz Cortines competía por este espacio con la izquierda no oficialista, que le había plantado cara en las elecciones presidenciales de 1952. Ello condujo al veracruzano a asumir algunas de las reivindicaciones defendidas por el henriquismo, como la lucha contra la corrupción o el voto femenino. En este contexto, la política exterior podía servir al régimen para presentar una imagen progresista hacia el interior, que contribuyera a granjearle simpatías entre estos sectores.

			La izquierda mexicana contribuyó indirectamente a esta situación al mantener, en general, un espeso silencio hacia Hungría, si bien cuando lo rompió fue para adoptar un tono acrítico respecto a la intervención soviética, como hicieron Vicente Lombardo Toledano y David Alfaro Siqueiros.

			

				

				
Tampoco es que la oposición conservadora prestara una atención excesiva a la cuestión húngara, una vez se fueron apagando los ecos de la intervención. Ésta nunca llegó a suscitar gran interés en México fuera de los círculos del activismo católico. El debate público se extinguió, de este modo, pocas semanas después de haberse iniciado, pese a que este tema seguiría ocupando un lugar relevante de la agenda internacional hasta principios de la década de 1960.

			La instrumentalización propagandística de la intervención soviética en Hungría por Estados Unidos -dirigida a neutralizar el discurso antimperialista de la URSS- hizo que la ONU continuara debatiendo la cuestión húngara hasta principios de 1962. La diplomacia mexicana era partidaria de que la Asamblea General fuera el foro donde se ventilaran de manera pacífica los asuntos internacionales, particularmente aquellos relativos a las controversias entre las dos superpotencias, dada la inoperancia del Consejo de Seguridad por el derecho de veto del que disfrutaban las grandes potencias y que la diplomacia mexicana siempre había criticado.

			

				

				

					
Si bien la administración mexicana acabó por contribuir a financiar la ayuda prestada por la ONU a los refugiados húngaros, se negó a aceptar la admisión de un contingente. Ruiz Cortines mantuvo la misma reluctancia que sus predecesores a facilitar la entrada de refugiados procedentes de Europa Central y Oriental y adoptó una actitud evasiva frente a las peticiones de la ONU y otras organizaciones internacionales.

			

				

				

					
El gobierno mexicano fue demorando su definición hacia el problema de los refugiados hasta quedar al margen de la operación humanitaria llevada a cabo por ACNUR entre 1956 y 1958, que permitió el asentamiento de más de 180 000 exiliados húngaros en 37 países de todo el mundo.

			

				

				

					
Las actividades de la Comisión Especial para el problema de Hungría mantuvieron mientras tanto viva la cuestión húngara en la ONU. La Comisión presentó un primer informe en julio de 1957 que documentaba la dureza de la represión del régimen de Kádár. Hammarskjöld difirió la presentación del informe a septiembre. El grupo euroccidental en la ONU -preocupado por la continuación de la represión en Hungría durante los meses estivales- presentó entonces una propuesta que solicitaba a todos los gobiernos representados en la ONU exigir al régimen de Kádár el fin de la represión.

			

				

				Ferrero,
Esta medida consiguió la adhesión del grupo latinoamericano, con las llamativas excepciones de México y Cuba. Si la negativa cubana respondía a la exigencia de medidas más enérgicas por parte de la ONU, la de México derivaba de su posición en torno al principio de no intervención. En realidad, la proposición euroccidental no afectaba al gobierno mexicano, que carecía de relaciones diplomáticas con Hungría. No obstante, la administración de Ruiz Cortines decidió utilizar la situación para reiterar su posición respecto a los dos principios nucleares que -de acuerdo con la perspectiva mexicana- debían regular las relaciones entre los distintos países, como eran la igualdad jurídica de los Estados y la no intervención en los asuntos internos de los mismos. Siguiendo instrucciones de Padilla, el representante mexicano comunicó la oposición de su gobierno a elevar una protesta ante el gobierno magiar, ya que ello constituiría una injerencia en los problemas internos de Hungría. De la Colina sostenía que una cosa era la intervención soviética en ese país, que México ya había condenado, y otra muy distinta interferir en la política interna del gobierno húngaro por más reprobable que ésta fuera. 
			 
				 
				Discurso del delegado mexicano en la ONU, julio de 1957 AHDGE, XII-653-2. 
			53 
			

			Los mismos argumentos habían llevado poco antes a la Secretaría de Relaciones Exteriores a rechazar una propuesta paraguaya para promover una gestión colectiva del grupo latinoamericano dirigida a conseguir el indulto de dos académicos húngaros condenados a muerte por traición. 
			 
				 
				De la Colina a Padilla, 26 de junio de 1957, AHDGE, XII-653-2. 
			54 En su lugar, la Cancillería telegrafió el 4 de julio a De la Colina para que manifestara confidencialmente al delegado húngaro en la ONU que su gobierno vería con agrado el indulto de los intelectuales detenidos, 'señalándole que se trataba de una gestión exenta de contenido político y de índole puramente humanitario'. 
			 
				 
				Padilla a De la Colina, 4 de julio de 1957, AHDGE, XII-368-1, II Parte. 
			55 La gestión -paralela a la realizada por otros países- tuvo éxito y pocos días después las autoridades húngaras comunicaban al delegado mexicano el indulto de los dos condenados. 
			 
				 
				De la Colina a Padilla, 9 de julio de 1957, AHDGE, XII-368-1, II Parte. 
			56 Ello permitió a la Cancillería apuntarse un éxito y facilitó, sin duda, su negativa a votar la propuesta presentada días después por el bloque euroccidental de Naciones Unidas.

			Pese a estos planteamientos, México votó en septiembre a favor de la resolución 1 133 (XI) de la ONU, que condenaba la intervención soviética en Hungría y exhortaba al gobierno de Kádár a poner fin a la represión contra su propio pueblo, al tiempo que propugnaba el envío de observadores internacionales al país centroeuropeo. Siguiendo las instrucciones de la Cancillería, De la Colina se abstuvo de intervenir en los debates que tuvieron lugar en la Asamblea General y tampoco participó en la comisión multinacional que elaboró la resolución final, pero sumó su voto al de la mayoría de la Asamblea. 
			 
				 
				DGOI a De la Colina, 12 de septiembre de 1957, AHDGE, XII-653-1. 
			57 
			

			El voto afirmativo de México resultaba un tanto contradictorio respecto a la posición mantenida por este país en la ONU durante el verano anterior. Ello movió a De la Colina a elaborar un extenso comunicado dirigido a la opinión pública para explicar el sentido del voto mexicano. El diplomático hidalguense refrendaba en este documento la adhesión de México a los principios enunciados en la Carta fundacional del organismo internacional, 'que no son otros que los que mi patria ha propugnado a lo largo de la Historia: igualdad entre Estados; no intervencionismo; libre determinación de los pueblos; respeto absoluto a los derechos humanos esenciales'. De la Colina expresaba, no obstante, la reserva de su gobierno hacia varios aspectos de la resolución que, a su juicio, podrían acabar suponiendo una injerencia en los asuntos internos de otra nación, como la exigencia de que el ejecutivo húngaro aceptara que observadores de la ONU certificaran el final de la represión. 
			 
				 
				De la Colina a Padilla, septiembre de 1957, AHDGE, XII-36-1, III Parte. 
			58 
			

			La Cancillería evitaba de este modo marcar distancias con el resto del bloque occidental, en un momento en que éste mostraba una gran unanimidad hacia la cuestión húngara, máxime cuando la resolución aprobada por la Asamblea de la ONU no constituía en realidad una amenaza para el principio de no intervención, puesto que la previsible negativa del gobierno húngaro a admitir en su territorio a observadores de las Naciones Unidas -como efectivamente sucedió- impediría que este precedente llegara a materializarse.

		La posición mexicana se mantuvo inalterable durante los debates que, entre 1958 y 1962, tuvieron lugar en la Asamblea General de la ONU en torno a Hungría. La ejecución de Nagy en el verano de 1958 contribuyó a mantener la indignación de amplios sectores de la opinión pública por la represión del régimen de Kádár. En este contexto, las nuevas gestiones oficiosas del acosado gobierno húngaro para sondear la posición mexicana hacia un eventual restablecimiento de las relaciones entre ambos países, realizadas a fines de ese mismo año a través de las embajadas mexicanas en Londres y Delhi, estaban condenadas al fracaso.

			

				

				Szente-Varga,
Un mes más tarde, la Secretaría de Relaciones Exteriores -ya bajo la dirección de Manuel Tello- ordenaba a De la Colina rechazar la invitación del delegado estadounidense para formar parte del grupo de ponentes encargados de elaborar una nueva propuesta de resolución, pretextando para ello la falta de instrucciones. 
			 
				 
				Memorándum de la DGOI, 18 de diciembre de 1958, en AHDGE, XII-630-14. 
			61 Ello ponía de manifiesto la continuidad de la política mexicana hacia Hungría por parte de la nueva administración de Adolfo López Mateos y el deseo de seguir manteniendo un perfil bajo en una cuestión que, en definitiva, no afectaba a los intereses de México en el exterior. Esta continuidad se vería además reforzada por el nombramiento de Padilla como nuevo delegado de México ante la ONU entre 1959 y 1963.

			El enfriamiento de las relaciones con el bloque socialista a raíz de la expulsión en 1958 de dos diplomáticos soviéticos, acusados de alentar las protestas contra el gobierno, no constituía, por otra parte, un clima propicio para el restablecimiento de las relaciones bilaterales.

			

				

				

					
Esta situación no se vio alterada por las visitas de estado de López Mateos a varios países del bloque socialista con los que México ya mantenía relaciones, como Yugoslavia y Polonia. Tampoco tuvieron ninguna incidencia las primeras visitas a Budapest de personalidades mexicanas de alto nivel, como las realizadas por el expresidente Emilio Portes Gil en 1961 y por su yerno, de origen húngaro, Pedro Reyner, dos años más tarde, en el curso de su periplo por distintas capitales europeas para promover la candidatura de López Mateos al Premio Nobel de la Paz. Ese mismo año visitó Hungría una delegación de parlamentarios mexicanos. Toda esta actividad reavivó las esperanzas del gobierno húngaro, cuyo interés por Latinoamérica se había incrementado tras la Revolución cubana y que, tras lograr reanudar sus relaciones con Brasil en 1961, consideraba a México 'en [el] primer lugar de nuestros planes para desarrollar relaciones'. 
			 
				 
				MNL OL j, América Latina, 1945-64, caja 2, 11/i /1960-64. 
			65 
			

			Para entonces, la atención internacional hacia la cuestión húngara había ido remitiendo, aunque sin llegar a desaparecer por completo de la agenda de la ONU. El progresivo aumento del número de países que pasaron a abstenerse en las sucesivas resoluciones sobre Hungría aprobadas por este organismo ponía de manifiesto el creciente cansancio hacia un tema que constituía un obstáculo para la distensión entre los dos bloques.

			

				

				Ferrero,
La Cancillería desestimó la propuesta y ordenó a su representante que votara a favor de la inclusión de la cuestión húngara en el orden se sesiones de la XVI Asamblea General de las Naciones Unidas.

			

				

				DGOI a Delegación de México en la ONU, 22 de septiembre de 1962, AHDGE, XII-797-3.

			68 Para Tello -que había sido embajador en Washington con Ruiz Cortines- resultaba prioritario evitar conflictos innecesarios con Estados Unidos, especialmente en un momento de máxima tensión entre los dos bloques a raíz de la crisis de los misiles en octubre de 1962. La Revolución cubana había incrementado la susceptibilidad estadounidense hacia la penetración del comunismo en el continente americano. Esta situación condujo a López Mateos a acentuar el perfil anticomunista de su administración, aunque se abstuviera de votar la exclusión de Cuba de la OEA en enero de 1962. En este contexto, ni siquiera la desaparición de la cuestión húngara de la agenda de la ONU abrió el camino para la progresiva normalización de las relaciones con el régimen de Kádár.

			

				

				Posición de México hacia la propuesta de poner fin al cargo de representante de la ONU para Hungría, 9 de octubre de 1962, AHDGE, XII-797-3.

			69 La Cancillería rechazó un nuevo intento de la diplomacia húngara que -siguiendo las sugestiones de Portes Gil- volvió a sondear al gobierno mexicano a fines de 1963 a través del embajador en Washington y posterior canciller, Antonio Carrillo Flores.

			

				

				Szente-Varga,
La llegada de Gustavo Díaz Ordaz a la presidencia no modificaría esta situación. El repliegue exterior de la nueva administración aparcó el proceso de apertura hacia Europa que había tenido lugar durante el sexenio anterior para concentrar su atención en Estados Unidos y Centroamérica.

			

				

				

					
La cuestión de España seguía además gravitando sobre las relaciones mexicano-húngaras, como el propio Carrillo Flores reconoció en una entrevista radiofónica realizada en 1968, en la que rechazaba la posibilidad de reabrir los consulados como paso previo para el restablecimiento de las relaciones con Hungría, al considerar que 'si México llegara a establecer contactos con un país a nivel de consulado estaría sometido a una muy fuerte presión por parte de los círculos interesados en los lazos mexicano-españoles para modificar la postura mexicana'. 
			 
				 
				MNL OL j, México, 1968. caja 64, 102.8, 003605. 
			76 
			

			La invasión de Checoslovaquia por las fuerzas del Pacto de Varsovia en agosto de 1968 congeló los intentos de Budapest para normalizar sus relaciones con Latinoamérica, pese a que el gobierno mexicano se limitó esta vez a formular una tibia condena de la nueva intervención soviética, que en esta ocasión contó con la participación de unidades húngaras.

			

				

				
Con referencia a los puntos de que México no rompió sus relaciones diplomáticas con Cuba, ni con el gobierno republicano español, el diplomático dijo que en México tienen un punto de partida teorético en esta cuestión, y mientras Franco siga al frente del gobierno español, México no entablará relaciones diplomáticas con España. Lo mismo aplica en el caso de Hungría, es decir, mientras János Kádár encabece al pueblo húngaro, México no establecerá relaciones diplomáticas con Hungría, con base en su principio de no intervención. János Kádár pidió ayuda ajena, la ayuda de las tropas soviéticas. 
			 
				 
				MNL OL j, México, 1968, caja 64, 102-1, hasta 00540/6. 
			79 
				

			Finalmente, no fue necesaria la muerte de Kádár ni el colapso del régimen comunista húngaro para que México reanudara sus relaciones diplomáticas con este país. El giro de la política exterior mexicana durante el sexenio de Luis Echeverría permitiría restablecer las relaciones bilaterales en mayo de 1974. Ello tuvo lugar en el marco de un acercamiento al bloque socialista, que llevó a México a normalizar las relaciones no sólo con Hungría, sino también con la RDA, Rumanía y Bulgaria. Las razones de este cambio habría que buscarlas en el proceso de apertura generalizada al exterior impulsado por el presidente, en coincidencia con el inicio de una etapa de distensión entre ambos bloques. Un proceso en el que confluyeron el ascendiente de México sobre un sector de países en desarrollo y las ambiciones personales del propio Echeverría.

			

				

				

					
La diplomacia mexicana comenzó a moverse en esta dirección a partir de 1973, momento en que México normalizó sus relaciones con la RDA y Rumania. En una conferencia de prensa celebrada en La Habana en marzo de 1974, el secretario de Relaciones Exteriores, Emilio Rabasa, manifestó al corresponsal húngaro de MTI su disposición a reanudar las relaciones con Hungría. El canciller reiteró esta declaración un mes más tarde en el curso de una visita a París. Por iniciativa mexicana, las negociaciones se desarrollaron en Washington, donde los respectivos plenipotenciarios firmaron el 14 de mayo una declaración conjunta restableciendo las relaciones entre los dos países. 
			 
				 
				El proceso puede seguirse en MNL OL j, México, 1974, caja 76, 102-11. El gobierno húngaro estableció su embajada en México en septiembre de 1974. MNL OL j, México, 1974, caja 76, 102-I-108. El gobierno mexicano, por su parte, acreditó inicialmente a su embajador en Viena como concurrente en Hungría y no abriría una embajada en Budapest hasta en septiembre de 1976. AHDGE, HUN-1-3. 
			81 Terminaba de este modo la anomalía representada por más de tres décadas de inexistencia de relaciones diplomáticas entre México y Hungría.

		Las relaciones con Hungría ponen de manifiesto el desinterés de México por Europa Centro-Oriental durante las primeras décadas de la Guerra Fría, en contraste con el interés húngaro por reanudar las relaciones con México como parte de sus esfuerzos para reconstruir los vínculos con América Latina. En el caso húngaro, este interés respondió inicialmente al intento de diversificar los intercambios comerciales con el bloque occidental a fin de facilitar la reconstrucción del país y, más tarde, a la necesidad de impulsar la relativa liberalización económica promovida por el kadarismo.

			La posición mexicana estuvo marcada, por el contrario, por el desinterés hacia una región que, como Europa Centro-Oriental, era extraña a sus intereses geopolíticos y con la que apenas tenía vínculos comerciales y culturales. Esta indiferencia se fue convirtiendo progresivamente en un distanciamiento calculado a medida que la Guerra Fría puso de manifiesto la necesidad de evitar conflictos con Estados Unidos en zonas ajenas a los intereses de México, cuyo anclaje en el bloque occidental fue acompañado por una política de perfiles aislacionistas, dirigida a mantener al país al margen de los conflictos entre ambos bloques. Esta situación condujo a las sucesivas administraciones mexicanas a triangular con Washington su política hacia esta región. En el caso de Hungría, ello se vio acentuado por la intervención soviética de 1956, la cual no solo convirtió a este país en el eje del discurso antisoviético estadounidense, sino que entraba directamente en el ámbito de la reinterpretación mexicana de la Doctrina Estrada a raíz del caso español. Todas estas razones determinaron la política hacia Hungría desde Ávila Camacho a Díaz Ordaz y explican la reluctancia mexicana a reanudar las relaciones con este país hasta la normalización de las relaciones con el bloque soviético, ya en el marco del inicio de un período de distensión y de la apertura generalizada al exterior promovida por Echeverría.

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